Llueve. Despacio. Tranquilo, pero constante. En la pieza
casi derruida, en esa habitación pequeña, escueta. Que hace las veces de
eslabón perdido entre una tapera y una casita. Pero es un techo, es algo, y el
algo para quien no tiene nada es mucho. Aunque ese mucho para algunos no sea
nada. Y la nada, el tener nada, es lo único asegurado que tiene un pobre al
llegar al mundo.
Y pensar que dicen que los pibes vienen con el pan bajo el
brazo. Este lo único que trajo fue el despido del viejo. Y la pérdida de la
casa.
Y hasta parece una maldición mire. Y llora, llora, y el
llanto es acompañado por el goteo, en distintos tonos y notas. Unas gotas caen
en un balde grande, otras en un fuentòn, otras en una pava, cacerola,
palangana, tacho, y algunas en el piso directamente
El suelo mojado. Si hasta da la impresión que lloviera mas
adentro que afuera. Y el pibe llora. Y de fondo la lluvia sobre las chapas. La
madre le canta para que se duerma y parece que todo fuera una canción de burla
para el padre. Que hace tiempo no consigue trabajo. Por haber organizado algún
que otro paro. El “ex” delegado de fabrica esta ahí, boca arriba en la cama.
Los brazos detrás de la nuca, en medio de esa sinfonía de canto de madre, de
lluvia y de llanto.
El tipo mira fijo el techo de chapas y piensa: dios, debe
ser patrón.
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